Periódicamente aparece en los argentinos un extraño sustrato de barbarie, algún hecho de esos que no ocurren en otras partes del mundo. Es como si quisiéramos recordarnos a nosotros mismos que no somos civilizados ni serios del todo, o que no queremos anotarnos definitivamente en el mundo que lo es.
Ya no se trata de las degollinas de las guerras caudillescas del siglo XIX o del rosismo. Ahora padecemos una violencia de pantomima, con menos tragedia que sainete. Para Víctor Massuh se trataría de una perversa "nostalgia del fracaso".
Para Rodolfo Kusch sería una pulsión de rebeldía abortada, de adolescente que rompe de una pedrada el cristal de la mansión paterna. Por momentos emerge en nuestra vida una violencia como de revolucionarios que tampoco quieren la revolución. Quedamos en patanerías, guarangadas y rebeldías sin causa.
El año que empieza nos lleva a reflexionar sobre recientes episodios demostrativos de la vigencia de situaciones que van de lo grotesco a lo degradante.
Lo ocurrido el 17 de octubre provocó en los hombres del Gobierno una de las horas más difíciles desde que asumieron el poder. Nunca se podría haber pensado de los argentinos que perderíamos un entierro. Tenemos una probada cultura tanática. Somos grandes veloristas. Por su importancia nacional e internacional Perón daba cómodamente para una segunda exequia.
por Abel Posse.
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