El público de la bandeja alta, se sabe, está formado por personas cercanas a los militares. Tres hombres canosos y trajeados esperaban su acreditación para ingresar al sector en el 6º piso del edificio de Comodoro Py, donde también estaban familiares de asesinados y desaparecidos. Mientras el personal del Tribunal intentaba ordenar a tanta gente, uno de los canosos murmuró: “El zurdaje que vaya a otro lado”. El sólo uso de la palabra “zurdaje” implica acaso esclerosis múltiple, perversión militante, o que sigue siendo aconsejable no subestimar la estupidez humana.
Ya en la bandeja alta las mujeres decían cosas como “mirá a Alfredo, es un ídolo”. Alfredo era Astiz, infiltrado entre los familiares en la dictadura con el falso nombre de Gustavo Niño, encargado de marcar sobre todo a las Madres. Pendiente de la cámara, Astiz se colocó una escarapela redonda cuando lo enfocaban, y se la manoseaba como planchándola. Sonrió varias veces. En el comienzo del juicio había hecho lo mismo exhibiendo un libro llamado “Volver a matar”. Cuando la cámara dejó de enfocarlo, Astiz se convirtió en estatua, aniquilado por tal indiferencia televisiva.
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